A continuación, les presento este artículo que encontre en el diario Clarín por Miguel Wiñazki.
¿Qué es la opinión pública? La pregunta fue formulada una y mil veces. Y si bien no existen por cierto, definiciones taxativas, hay sí aproximaciones interesantes hacia la naturaleza de un fenómeno tan fascinante como complejo. Para el académico español de la Universidad de Salamanca, Victor Sampedro, la opinión pública es “la opinión de la gente común que confiere poder”. Es así, la gente confiere poder. ¿Existe entonces una subordinación de quienes poseen voluntad de poder, hacia aquellos que lo confieren?
Dice Sampedro: “urnas, medios de comunicación y sondeos tienen importancia vital en las democracias porque afirman recoger la opinión y predisposiciones de la gente común, que son tenidas en cuenta (o deberían serlo) por los que ejercen el poder (o quieren ejercerlo) en público”. “Tener en cuenta” el estado de la opinión pública es una cosa, y otra muy distinta es someter las decisiones de los poderes del Estado, al estado mismo de la opinión pública. El gran investigador e historiador de la opinión pública es el alemán Jürgen Habermas. Él tiene una visión optimista de la cuestión, porque (simplificando de manera extrema su pensamiento), la opinión se instituye en el diálogo que sostienen los actores sociales, de tal manera que esa situación dialógica permite una deliberación constante, que es lo que constituye al fin y al cabo a las Democracias Deliberativas.
Las objeciones tradicionales al pensamiento de Habermas le imputan no registrar que existen enormes porciones del “público”, que no opina y que no lo hace, por ejemplo, por estar recluido, o mejor dicho excluido, naufragando en la pobreza y la indigencia. ¿Se puede opinar públicamente desde la indigencia? ¿Existen antenas para detectar lo que opinan los excluidos de la cosa pública?
Son preguntas de ardua respuesta, pero, tal vez a favor de Habermas podría señalarse que los excluidos han sido y son marginados del trabajo y del salario, pero son muy tenidos en cuenta por quienes buscan votos, y que con esa intención primaria, detectan sus opiniones, la de los excluidos, y tratan de llegar hasta ellos, al menos retóricamente, o demagógicamente para enunciar lo que los humillados y ofendidos quieren escuchar.
Es el clientelismo político más raso, y el de más bajo costo. En esa línea, que considera que la demagogia es un factor central para analizar la opinión pública, se agrupan quienes piensan que Habermas no le asigna la debida dimensión al hecho de que la opinión pública suele estar manipulada, constituida precisamente por los formadores de opinión, por los medios, por los propios encuestadores, y por el formato que tienen las encuestas que tienden a la simplificación y a la eliminación de matices.
Llevando esa hipótesis al límite, podría considerarse a la opinión pública, como a un sistema de falacias recurrentes. Las falacias son errores lógicos, que no parecen tales. Entre las más comunes y estudiadas están las así denominadas Falacias de Composición y las Falacias de División. Un ejemplo de falacia de Composición: “Cada jugador del Real Madrid, es formidable, por lo tanto, el Real Madrid es un equipo formidable”. No se infiere una cosa de la otra, aunque parece que podría inferirse. De hecho, los jugadores del Real Madrid son formidables pero el equipo es mediocre.
La falacia de División es la antítesis. “El Real Madrid es un equipo formidable, y por lo tanto todos sus jugadores son formidables”. Pueden existir grandes equipos conformados por jugadores mediocres, o al menos, por algunos jugadores mediocres, y si se quiere ser empírico, el fútbol abunda en esos ejemplos.
Ese tipo de mecanismos de “inferencias” equívocas domina la opinión pública, y no sólo para calificar teams deportivos, sino gobiernos enteros, estrategias geopolíticas o económicas, para denostar personas o para exaltarlas, sin verdaderos y precisos fundamentos. Puede afirmarse por ejemplo: “La Justicia está corrompida, y por lo tanto, todos los jueces son corruptos”. La primer parte del razonamiento puede ser veraz, y la segunda, generalista, es falsa. Ahora bien, la opinión pública produciría esas generalizaciones o falacias porque hay una gramática superficial que la enreda en ellas.
El sistema encuestológico determinaría esos equívocos, al requerir respuestas simples para problemas muy complejos, más complejos que los problemas del fútbol. La opinión pública, que confiere poder, opina sobre la economía, la Justicia, o sobre geopolítica, de manera inmediata, no analítica. El trabajo analítico, se opone a las generalizaciones a las falacias. Analizar es despiezar, es detenerse en los dilemas, es un camino metodológico que evita conclusiones absolutas Si la opinión es taxativa, el análisis es dubitativo.
Sin embargo, la opinión es necesaria y, más aún, prioritaria. El análisis es profesionalista, no es realista pretender que sea público. El público opina y está en su naturaleza, y ese sentir es un termómetro o un barómetro sociológicamente esencial. Pero hay un paso subsiguiente a la opinión y es la interpretación. Si la interpretación que se realiza de los dictámenes de la opinión pública es simplista, concesivo y facilista, entonces sí, todo puede sucumbir bajo el erróneo imperio de los prejuicios, y del autoritarismo.